Juan Carlos
Mestre: La poesía frente a los discursos de dominación
La oscuridad, llámese
ella mentira o dueña de las víctimas ¿Puede acaso ser confrontada con la
poesía? ¿Son tus poemas una forma de resistencia contra la aparente agonía de
la luz?
Todo poema
es un acto de delicada resistencia ante y contra los diversos grados de fuerza
y de dominación que ejerce el poder sobre el lenguaje. La oscuridad acaso sea
esa zona donde las excavaciones de la voz se reencuentran con la sonrisa
inmaculada y pura de los muertos, los antepasados civiles de la razón del
habla, los borrados de la felicidad y del sueño, las víctimas morales de todos
los actos de crueldad que siguen bajo la intemperie de las estrellas esperando
la restitución de su tan real como imaginario y aún hoy pendiente derecho a la
justicia.
Mis poemas se orientan en alguna de esas direcciones, aspiran, diría
yo, a esa iluminación sobre las zonas borradas por el discurso del
autoritarismo, quisieran contribuir a la restitución, a activar la fraternidad
en el alma del mundo, oponiendo su resistencia, en la medida de que las
palabras sean capaces de hacerlo, a las ideologías tóxicas de la ferocidad
financiera y el utilitarismo mercantil, el secuestro del lenguaje por la
retórica de la publicidad de consumo y la demagogia política, todo lo que ha
desplazado la dignidad humana del lugar central de la reflexión y el esmero de
la fraternidad social.
La gran mentira es la estructura impuesta por los
intereses oligárquicos a la sociedad civil, el secuestro que estos han ejercido
sobre la democracia participativa y las formulaciones progresistas de relación
ciudadana.
Claro que le compete a la poesía inmiscuirse en estas cuestiones,
ella es la figura irradiante de lo humano, el proyecto de las enunciaciones de
la felicidad como primera aspiración legítima de los lenguajes del porvenir, la
poesía como respiración de la otra verdad que alienta el proyecto espirtual de
lo humano, el gran e inocente juego de las poéticas del desafío frente a los
evidentes síntomas de medievalización de la modernidad
Hace más de dos siglos
Hölderlin advirtió que la poesía era la más inocente de todas las ocupaciones,
y Mestre, cómplice de Walter Benjamin —avisador del fuego él— sentenció que la
palabra Justicia significa quizás futuro. Entonces ¿Qué hacer con la palabra
que ha sido silenciada, apropiada por los mercaderes?
Hölderlin pensaba que todo lo que existe había sido
alguna vez imaginado. Es difícil imaginar que la realidad actual no haya sido
realmente diseñada en los términos de catástrofe que el presente refleja como
perverso espejismo de las utopías permanentemente aplazadas de la felicidad
colectiva y la justicia social.
La reconstrucción a través del lenguaje poético
del alma del mundo en términos de bondad armónica perdurable está ligada al
remoto empeño de la reconstrucción de la sociedad, como soñaba Wilde, sobre
unas bases más justas y diferentes que impidan algún día el sufrimiento humano
y posibiliten una relación de equilibro y paridad para con el resto de los
seres vivos. Acaso sea ya demasiado tarde y la agresión se haya consumado hasta
llegar a un punto sin retroceso, pero merece la pena seguir intentándolo,
oponer poemas y formulaciones de conciencia a la usura y su cifra miserable de
acumulación de dolor y muerte, de sufrimiento y plusvalías, episodios tan
vinculados en su cruel y desencadenante consecuencia.
La poesía, es mi actual
percepción del hecho, no debe desatender en ningún caso lo inmanente a su
esencia, es decir la de posibilitar el sueño pendiente de ser soñado, la
enunciación vocal de lo silenciado, pronunciar en términos de armonía tonal la
ética de los lenguajes constructores de porvenir, no un único vértigo, sino un
múltiple y heterodoxo coro de voces, de apreciaciones disímiles de las
paradojas de la verdad, acaso ese sea ya uno de los últimos relámpagos de su
función, tal como ahora la conocemos, en medio de las tormentas terrestres.
Ciertamente, el avisador del fuego benjaminiano anuncia, enuncia la posibilidad
de las grandes catástrofes, pero no para describirlas, sino para al nombrarlas
desactivarlas y evitar que se cumplan.
La tarea siempre es la reconstrucción,
las palabras han sido hechas para ayudar a construir
la casa de la verdad, no para destruirla, restituir los significados hurtados
por las prácticas retóricas de dominio a la semántica de su anhelada justicia,
a la hospedería de su remota misericordia, a los apasionamientos críticos de
las utopias de la libertad.
No hay futuro sin dignidad civil, no hay dignidad
sin un lenguaje que articule las formulaciones de una ética de la conducta, de
su piedad hacia y para con el otro, el diferente, el extranjero, el huérfano,
la viuda, los solos en el desamparo de los humilde y la intemperie de los
postergados…